martes, 24 de marzo de 2009

DESPUÉS DE EXPIACIÓN por Rosa M. Arroyo

Querida Lola:

Te escribo desde el rincón más oculto de la habitación donde ahora vives tan alejada de la cárcel, después de que Expiación me mostrara la carta que le escribiste explicando lo que ocurrió aquella tarde-noche.
No puedes verme ahora, como tampoco me viste aquel día bajo la luz plata del cuarto de estar de Adolfo, pero ya estaba contigo cuando llegaron los policías y te levantaron del suelo, impregnado de rojos y negros como tus manos. A mí me pareció una de esas imágenes distorsionadas de un cuadro de Bacon; al juez que dio la orden de levantar los cadáveres no, él sólo vio otra escena más de un crimen pasional.
Tú no te fijaste, pero uno de los forenses que andaban por allí, se paró a oler las copas con líquido color miel que estaban sobre la mesa, le sorprendió comprobar que era vino de misa y así lo hizo constar en el informe policial para su investigación: con los calamares en su tinta hay que tomar un buen caldo macerado, tinto o blanco al gusto, entonces ... ¿qué hacía allí un vino de misa servido en copas de vino?

No voy a ser yo quien te recuerde el juicio, pero sí hacerte notar los sentimientos que expresaban tu mirada con cada prueba que se mostraba al jurado y al juez que instruía la causa: cuando el fiscal sacó aquella muñeca hinchable vestida de novia, tus ojos se inyectaron en sangre, aunque pasó desapercibido, de eso estoy seguro; y después, tal como tenía escrito en su guión, tu abogado defensor expuso que fuiste tú quien llevó el vino de misa a la cena.

No sé si lo viste, yo sí, el jurado al unísono –muy puesto en cuestiones culinarias y de catas vinícolas, porque así lo buscó sibilinamente tu defensa-, emitió un leve aunque expresivo sonido de disgusto y contrariedad. Todos sin excepción dirigieron sus ojos horrorizados hacia ti, disfrazándolos de objetividad (sería para disimular), cuando el abogado les preguntó: “¿creen ustedes que alguien en su sano juicio habría sido capaz de llevar vino de misa para acompañar calamares en su tinta? Pensarán ustedes que aquel vino iba destinado a acompañar las torrijas, pero tal como ha declarado el forense, sobre la mesa sólo se encontraban tres copas.¡Tres copas!, y ninguna más. Las torrijas estaban esparcidas por el suelo al caerse de las manos a la difunta Penélope, por lo cual, todavía no se habían servido”.

Los miembros del jurado, por unanimidad, ya habían decidido declararte culpable por enajenación mental antes de retirarse a deliberar. No dudaban de que el vino de misa había sido una prueba contundente para su veredicto, pero durante horas estuvieron discutiendo qué tipo de vino es el más aconsejable para maridarlo con los calamares.

Ahora, te carteas con Expiación, pero deseo que sepas que estoy a tu lado, sobre todo porque la mayor condena que te has puesto tú misma por esos crímenes, es vivir con ella bajo la cama. También, debes saber que Adolfo y Penélope me escribieron antes de ayer, más tranquilos, para que supieras que están bien, que lo doloroso no fue que no les dejaras comer las torrijas, ni tampoco el empujón asesino. No. Lo que más les dolió fue que no preguntaras, porque poco antes de llegar tú, Adolfo, mientras Penélope atendía al guiso, le contó que la muñeca se la había llevado un amigo para que la escondiera por un tiempo, hasta que su esposa dejara de pensar que otra mujer le visitaba a diario en su despacho y le tenía obnubilado.

¡Siempre has sido tan impulsiva, querida Lola...!

Aquí me despido. No me busques en el rincón, con la firma desaparezco hasta la próxima.
Siempre a tu servicio,

El Perdón

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