viernes, 20 de marzo de 2009

CARTA A UNA MADRE MUERTA por Lola Bertrand


Querida madre:


Todo tu entorno olía a pútrida materia, y tu carne, madre, tu carne la que más.

El olor a cadaverina se instalaba en mis fosas nasales cada vez que penetraba en tu habitación.

Yo acababa de crear vida desde lo más profundo de mis entrañas, y tu decadencia era para mí un hálito de muerte que no deseaba sentir.

Te pudrías en el hedor de tus llagas, durante años te pudrías por dentro, por fuera: desde la raíz de tu abundante pelo, hasta el útero que en algún instante de la historia me parió.

Eras un despojo de ti misma, tus ojos, el único rescoldo racional que anidaba en tu vida, pedían misericordia. La pedían a gritos silenciosos, continuos, en un desgarrador movimiento de tus pestañas.

¡Olías tan mal!, lo sabías, hora a hora lo descubrías en el asco y la nausea que provocaban tus escaras.

Tu pudor se convirtió en impudicia y abandono.

Entonces fuimos una, madre e hija, y tuve el valor de inyectar más morfina, mucha más, muchísima más de la permitida, en los despojos de ti misma.

Tu cuerpo se fue quedando blanco mientras yo lo perfumaba con jazmines.


Te quiero, madre - te dije - no sabes cuánto te quiero…


Lola Bertrand


***

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