domingo, 29 de marzo de 2009

CASA DE LAVA por Alix Rosales


A mi marido, mi roca de lava...


Aquella noche Antonio insistió en que fueramos a visitar el apartamento, la casa que había alquilado para nosotros.

—No te preocupes, no vamos a dormir en el suelo. De los inquilinos anteriores hay una cama y otras cosas más. La dueña me aseguró que podemos disponer de todo, inclusive, decidir si deshacernos del mobiliario y de los objetos, si no los necesitamos ¡Anímate!, ¡vamos...que ordenamos la cena!

Cuando llegamos al edificio, era como me lo esperaba: viejo, descuidado y con un toque de misterio. Me provocó desasosiego en el estómago, o no sé en qué parte del cuerpo, aunque creí que era por mi fatiga diaria. En realidad, en el casco histórico de Catania se encierra un atmósfera extraña, pienso que se pasean los espíritus de sus antepasados, sepultados una y otra vez por la lava del Etna y los diferentes terremotos que dibujaron huellas devastadoras de su ira mortal. Subiendo por las escaleras hacia el tercer piso, me convencí a mi misma de que habitaría en un edificio secular, barroco, y que la mensualidad a pagar era bastante discreta, además de que si estábamos comenzando una vida juntos, tarde o temprano nos mudaríamos para otra morada.

Al llegar de frente a la puerta, suspiré , me sentía exhausta por el esfuerzo de subir las escaleras, de mi miedo interior, como por mi construida fe en relación con la residencia. Antonio abrió la antigua y robusta puerta y las visagras nos dieron la bienvenida.
Vimos que teníamos que arreglar algunas manchas de humedad en la cocina y en el baño. En el salón, un mano de pintura era apremiante, alli había un sofá, con la tapicería sucia y descolorida, tipo de los años setenta, y una mesilla. En la alcoba, una horrenda cama de jergón, que al apoyarnos se hundió como un barco en alta mar. También había un armario enorme, que cubría de pared a pared, y en el que podría meterme y no salir jamás. Todo merecía una restauración, refrescar las secuelas del tiempo. Seguimos el recorrido, miramos por los balcones, frágiles de vejez y quizás de añoranzas. Asumiendo que debía pasar la noche allí, sin preparación previa del piso, me dispuse a sacudir el colchón con un “battipanni”* que encontré, para colocarle las sábanas limpias que había llevado conmigo, mientras Antonio había ido a buscar algo para cenar.

No sé cuanto tiempo pasé en ajustar, sacudir y vestir la cama, cuando me atrajo la atención los cajones del armario. Imaginé que guardaban secretos, por eso me arrodillé para abrirlos, en reverencia y respeto por las memorias ajenas, pero el último no se abrió, estaba atascado o sellado. Saqué de sus carriles los dos cajones superiores, con mucha dificultad, eran pesadísimos, de madera maciza, pero valió la pena, porque logré abrír el último, el renuente. Contenía una caja floreada y descolorida de las caricias del tiempo, atascada entre el cajón superior y el inferior. Curiosa abrí también la caja, me temblaban las manos, y en mi estómago saltaban mariposas miedosas: estaba husmeando en una caja que pertenecía a alguien que yo ni conocía. Vi una fotografía de una mujer como de veinticinco a treinta años, con un sombrerito gracioso y un vestidito muy coqueto. En blanco y negro. Por detrás de la foto, decía: “Villa Bellini, primavera de 1956”; de hecho reconocí el parque jardín del centro de la ciudad. Seguí escudriñando y encontré varios papeles, sentía una atracción hacia ellos, me incitaban a descubrirlos.
Desplegué cuidadosamente una de las cartas.

Mara:
Te escribo por última vez, porque estoy seguro que no me contestarás. Ésta es mi despedida, de esta ciudad, de nosotros, de ti. Me quedo con tu silencio y con el recuerdo cálido de tus besos.. Soy un árbol seco que se nutre de olas de dolor, de soledad, sin ti, sin nosotros... No creo en tu “desamor”, así, al improviso, pero me matas con tu indecisión. No crees en mí, ni en lo que pudiera ser y ni en lo que todavía hoy podemos construir.Te devuelvo tu fotografía, con la mía puedes hacer lo que quieras...
Siempre yo, Salvatore


Esta carta me conmovió con tanto romanticismo, pero me llenó de interrogantes: ¿quién era esa mujer?, ¿por qué no quiso seguir con aquella relación, si el hombre la amaba?, ¿estaba ya casada con otro?
Enseguida tomé el siguiente papel, que parecía una hoja arrancada con fuerza de alguna parte.
Antonio, por su parte, no llegaba con las pizzas y yo estaba envuelta en una historia de gente desconocida. Me parecía una antigua novela rosa. Sentía calor en todo mi cuerpo, mientras mi corazón vibraba al compás de una reservada angustia. Lo disimulé y di curso para leer:


Querida Mara:
He sabido por mamá que cada vez estás más lejana del mundo, encerrada en tí, en algo que no sabemos, pero que percibimos. Que sufres, que cuando hablas dices y maldices de todo y de nada. Mamá está preocupada, no creas que ella lo hace para fastidiarte, irrumpiendo en tu intimidad, tratando de interpretar tu actitud. Me preocupas también a mí. Sabes lo de mi embarazo, no estoy bien, me pusieron en reposo absoluto. Mi marido, cuando viene a la ciudad, no le queda tiempo para llevarme hasta Catania, sabes que trabaja duro, y también él, debe descansar un poco, ¿no?, para poder pasar largos ratos con los niños. Pensando en tí, he escrito algo, que espero te sirva para tomar fuerzas y salir de la laxitud en la que te encuentras.


Lápices de Colores

Hoy ha llovido casi todo el día, hay neblina, y el sol está escondido detrás de las nubes grises; es posible que esta noche no hayan estrellas y todo será oscuridad, pero no debemos pensar que ha sido un mal día: la luna siempre se vestirá de plata en medio del negro cielo. Cierra los ojos y la verás, sino usa la imaginación.
Cada día se tiene que vivir con alegría, respirar la vida, gozar de la paz del corazón: ¡pecado, es una verdadera lástima que la paz no esté en todos los corazones del mundo! El problema más grande que existe somos nosotros, humanos, que estamos insatisfechos de todo y hasta de nosotros mismos. Cantemos nuestras oraciones de gracia, en nuestras manos nos han dejado un regalo: la vida...
Soy feliz de ser y de todo lo que tengo, estoy convencida de que todo lo que nos rodea es un don. En este día y todos los días demos gracias por: las manos que hemos estrechado, por las miradas que se han cruzado con la nuestra, por las sonrisas que han alumbrado cada rostro desconocido, por las palabras que resuenan en el pensamiento ¿Qué hemos hecho para merecernos todo esto? ¿Por qué es bello el mundo? Sencillamente: por las pequeñas cosas de cada día. Allí están las sorpresas, los milagros de dicha que pocas veces vemos, porque nos dejamos atrapar por el ruído de lo negativo; es más grande el espacio para el cansancio y la depresión que no nos permitimos gozar de lo que somos y de lo que tenemos. Es verdad, hay momentos en que te preguntas: ¿qué es la vida?, ¿la pesadilla de no tener un trabajo fijo, de no tener dinero, llevar una cruz en la espalda, o si una célula del cuerpo que se vuelve loca y comienza a molestar y sientes enferma. Un mañana inseguro, una traición y la ofensa de un amigo, quizás las muchas amarguras..? No, vivir no es eso. Yo prefiero pensar que todavía se puede luchar, tner la certeza de que no se rinde; que sabe dar y comprometerse, partiendo de nada; que la vida esta en los ojos de un niño, en los brazos de mi esposo, en la cara de un amigo, en los garabatos empastichados de colores de mis sobrinos, con sus lápices de colores. La vida es como esos lápices de colores, los que debemos usar sin subestimar nuestro talento, porque quien los ha puesto en nuestras manos espera que los sepamos utilizar, aún cuando nos sintamos débiles, pequeños, tristes y demasiado cansados. En una palabra: “que tus lápices de colores no dejen de pintar tu vida, recuerda que dónde hay fe, hay la esperanza de un mundo más bello dentro y fuera de ti.”
****

Te espero, ¡ven, a hacerme compañía!, mis hijos te quieren mucho y nuestros sobrinos estarán muy contentos de verte. Mi marido, no se enfadará, ni se incomodará para nada, no te preocupes. ¡Ven, al menos hasta que nazca el bebé, faltan como dos meses. Él sabe que deseo tenerte cerca, recibirte en mi casa en cualquier momento.Es un placer.
Con amor, tu hermana, Anna


Después de este bello mensaje de esperanza, de ilusiones, me vinieron escalofríos. Mara, era una mujer depresiva, ¿y por qué deprimida?, si tenía un enamorado que la cortejaba con cartas de amor. Por lo visto, también una hermana que la amaba y al parecer hasta una madre dedicada o metida. Era un relación atormentada, llena de otros imposibles. ¡Nada, tenía que ser una mujer casada! y en esos tiempos de posguerra, Sicilia no era emancipada como al norte de Italia, aqui todavía podían matarla por punir el adulterio. Un torbellino de pensamientos vació mis deseos de continuar en aquellas antiguas paredes. Pero tenía que conocer detalle de esa mujer del pasado, aunque no esa noche, ya tenía bastate con lo leído.
Antonio tardaba demasiado, ¿por qué? Pensé que se había encontrado con un amigo por la calle y se entretuvo hablando, contando lo de la nueva dirección. ¿O decidió por comida china? Siendo así, indagué en la historia de pasiones, como lo único que podía hacer.
Tomé otro papel amarillento y crujiente de años y de dolor.

Mara:
Amadísima. No dejo de pensar en tí, ven este domingo a La Collegiata a las 10:30 a.m. Te espero con ansias. En tanto, suéñame... abrázame con tu vientre para siempre.
Salvo

Entendí que esta cartica era anterior a las otras dos y aunque ninguna tenía la fecha, se deducía fácilmente. Estaba conquistada por el lirísmo con que escribía este hombre, se notaba que no era del nuevo milenio.
Fui a la siguiente:

Mara:
Duermen mis esperanzas en pétalos de rosas...como el aroma de tu piel. Ven, te esperaré el sábado, a las 10 de la mañana, en la esquina de Barbisio .Con desesperación: Salvo, ¿tu Salvatore o eres tu mi salvadora?
Te amo, Salvo



Por ratos, entre descubrimientos y cavilaciones, mi pensamiento aterrizaba como de una nave del tiempo, del pasado al momento actual, me ubicaba en la soledad de las paredes de lava, muros de dolores y llantos ajenos, de energías muertas sin piedad. La gente que había vivido aqui, lo hizo sepultando secretos en un cajón, con la intención de que fueran ventilados; cada inquilino que se acercara a la verdad, atenuaba el tormento de las almas. Como una vieja pelicula de maldiciones.
Yo no quería ya construir mi nido en esa casa.

Esperar al regreso de mi marido se convertía en un eterno sacrificio. Imaginaba ¿qué sería vivir alli? Podía hacer dos cosas: continuar esperando y leyendo, como llenarme de conjeturas. Y si, por casualidad, ¿era una broma?... De alguien con espiritu de escritor. Catania ha sido cuna de eminentes escritores. A unas pocas cuadras de aqui, viviò Verga, más allá, Rapisardi y quizá cuántos otros espiritus con plumas preñadas de historias y dramas.
La cabeza me hervía a pronta ebullición, de tanto pensar y esperar. Imaginar, pensar, decidir. Arranqué con furia las sábanas que acababa de poner en la cama. En aquel mismo instante, Antonio hacía su entraba —lo anunciaba el ruído de la puerta- y corrí a su encuentro:
— ¡Vamonos de este lugar, ya!, ¡por favor!
— ¿Y la cena?...
—¡Vamos, esta casa me asusta de muerte!, te lo ruego... vámonos...
—Estás nerviosa, cálmate... No tengas miedo, no pasa nada, ¿crees que hay fantasmas?

No sé si eran los espectros del pasado abigarrado y barroco como la ciudad misma. No sé si fue la historia apenas descubierta. Fantasmas de lava volcánica incisos en papel. Desde esa noche decidimos no entrar jamás en alli.

La dueña del inmueble, vivía en el primer piso y se disgustó mucho por nuestra decisión. Se negó tres veces, en tres días distintos y no quería recibirnos para la entrega de las llaves y la anulación del contrato. Y ni hablar de la devolución del dinero como depósito. Aproveché uno de esos días para escuchar, de labios de una anciana, vecina del piso continuo, que allí en 1956, se suicidó un botón de flor, que no dió su aroma a los vientos, una joven que padecía de problemas, aparentemente, mentales.Toda la familia había sufrido una serie de desgracias. El padre de esta chica había muerto en la guerra, dejando la familia en un naufragio afectivo; el único hijo varón murió de una leucemia fulminante a los veintisiete años, dejándo una viuda joven y dos hijos, los que entregó a manos de la cuñada Anna, para destinar su vida con otro hombre, quizá, o libererse de la obligación.

La señora Anna, se hizo cargo de sus sobrinos y como un pulpo abrió sus tentáculos de amor para acobijar sus dos críos y otros dos: los sobrinos. Por corto tiempo, ya que se fue en un suspiro, trayendo al mundo otros dos hijos más, unos gemelos. El sufrimiento se anidaba en ella, hacía poco que su única hermana se había quitado la vida y ella no soportó el trabajo del parto. “Eran otros tiempos” ...decía la viejicilla. “Ahora hasta para parir una lombríz, te abren la barriga”...

—¿ Y el marido de ésta, Anna, y todos los pequeños? ¿Y la madre de ella?
Pregunté para completar el puzzle de la historia.

Del marido no se supo nada, desapareció como una gota de agua en medio del mar del estrecho a la península italica, un par de meses antes de que nacieran los mellizos. Se fue con los vientos del sur, para acariciar los sentimientos de las rocas. Según otras lenguas, parecía que tenía una amante, que alguien los había visto en alguna parte, acompañado de una joven. Sin motivos obvios, porque su mujer era un destello de amor, y de generosidad, además con dos hijos, y luego, los mellizos.
Todo fue como una avalancha fría e inesperada, suspendida entre el cielo azul y la tierra cálida, negra de lava, dura y petrificada, de muertes, de secretos, con el sol del 1956.

La vieja matrona, escondió su dolor detrás de sus ojos canos, después, cogió a las seis palomitas en la mano, sus seis nietecitos y los dejó en un nuevo palomar: un orfelinato. Ella no se sentía fuerte, ni con buena salud ni con paciencia suficiente para cuidarlos. Económicamente declaró que no disponía de muchos recursos, y que para sobrevivir, vendió parte del anticuario, con esto, dividió la casa en dos, una parte la alquiló y en la otra, la habitaba. En tiempos de la posguerra, Catania estaba en crisis, la gente sin recursos, sin trabajo estable, no tenían viviendas aptas para vivir, los bombardeos destruyeron todo, lo poco que poseían; y quienes tenían la posibilidad, lo dividían. Así se garantizaban una entrada económica. Gracias a la necesidad de los que sufren.

La madre de Anna y Mara, después se fue a vivir en una casa de reposo para ancianos, con la jubilación del marido caído en guerra. Más tarde, vendió la propiedad.
—¿Y quién se benefició con la venta?
No se supo. La vecina narradora me juraba, que toda esa desgracia fue una maldición en hombros de la vieja y de sus ancestros. Había sido una mujer muy dura de carácter, fascista, que supo manipular a muchos, hasta “la buena alma de su marido”.Y así quedó esculpido el dolor y los sufrimientos en los muros de esa casa y nadie que entrase allí para vivir, podría hacerlo en paz.
Tenía razón mi intuición: aquella casa de lava y mármol barroco, era la casa del sufrimiento.


*battipanni: Instrumento en forma de una raqueta que sirve para golpear y sacar el polvo de las alfombras, colchones, etc.
***



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3 comentarios:

  1. No se porque no te han comentado este excelente cuento, escrito con mucha sapiencia del idioma, Decía cortázar, que un cuento es una semilla, que está para germinar requiere de quien la siembre y de quien la lea. tú la sembraste y la verdad lo que veo es un frondoso árbol.
    besos y abrazos rub

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  3. Hermosa historia, desgarradora y profunda. El Horror se oculta en lo cotidiano, enmascarado con rutina, en la vida diaria, ¿cuántas historias se nos escapan porque no leemos en sus signos? Te felicito, has logrado captar todo ese pavor oculto en unas viejas cartas, tu sensibilidad artística se refleja en cada palabra, en la pasión que contiene el lenguaje y en la forma cómo lo cuentas. Un abrazo

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